“de la impaciencia por dejar huella [...] a preocuparse porque su huella no moleste” ¿al fin?

En su artículo de este fin de semana en Babelia, Anatxu Zabalbeascoa reflexiona sobre la arquitectura que se va a producir como fruto de la crisis. Y si hay que dar credibilidad a las conclusiones a las que llega en sus dos últimos párrafos, uno está casi tentado de alegrarse por ésta. Sobretodo por la posibilidad de que la crisis nos pueda deparar una arquitectura más respetuosa con el entorno y con menor voluntad icónica. “Los nuevos héroes son discretos”. “De triunfar la calidad por encima de la imagen, las ciudades podrían llegar a pesar más por su marco, por el conjunto de las construcciones, que por sus monumentos aislados”. Ojalá sea verdad y el momento actual constituya una oportunidad para evitar, también, estos excesos. Una ocasión para recuperar una idea de ciudad coherente, donde la cacofonía a que ha dado lugar la proliferación de elementos singulares dé paso a una ciudad en la que el todo prime sobre las partes. La profesión tal vez esté madura para recuperar cierta cordura, pero, ¿lo está el mercado? Y, sobre todo, ¿lo están las autoridades públicas, que son quienes en definitiva trazan las políticas de intervención urbana? ¿Serán capaces de abandonar el lema “plante un Gugenheim en su ciudad” como pretendida solución a los problemas de ésta? ¿Se darán cuenta de que lo que ha funcionado precisamente por su singularidad muy probablemente no funcione si se convierte en repetición saturadora? ¿Serán, en definitiva, capaces de depositar su confianza en propuestas no rentabilizables en imagen a corto plazo pero que, a la larga, generan una imagen de ciudad mucho más potente y personalizada?